El pistoletazo de salida ya está
aquí. La Navidad se acerca y con ella la proliferación de anuncios de todo tipo,
juguetes, turrones, cavas,... Para mi, desde hace tres años la Navidad no comienza con el
anuncio de Freixenet. El anuncio navideño por excelencia es el de El Gordo de Navidad.
Para mi es como si llevara toda la vida, a pesar de su corta edad. Me transporta a
esas tardes de invierno frías y nevadas en las que te acurrucas en el sofá tapadito con
una manta y disfrutando de una taza de chocolate caliente mientras ves películas en
blanco y negro.
Este cuento de magia consigue repartir sueños y alegría. Su música te llega y te
llena. Las imágenes, mezclando el blanco y negro con el color, crean un espectáculo que
evoca tiempos pasados perfectamente ambientados. En él está la magia que se contagia al
que lo ve.
¿Cómo es posible que un anuncio cuyo tema es tan materialista sea capaz de
presentarse tan sentimental? Resulta que cuando estas viéndolo no piensas en los millones
que te pueden tocar, sino en la belleza de las imágenes y la historia que te presenta.
El protagonista está perfecto en su papel de mago. Con sus lentos movimientos
parece que está por encima del material dinero. Lo importante no es el premio en si, es
repartir alegría entre todos.
Y el niño, con esos enormes ojos representa la ilusión que tenemos todos cuando
compramos una papeleta y esperamos que, por lo menos, nos toque un pellizquito para poder
comprar el turrón.
Alguna vez, cuando estoy en casa y me pongo a ver una película grabada en video
aparece el anuncio, un vendaval de emociones recorre mi cuerpo recordándome las navidades
pasadas junto a los míos. Veo a mi madre
cocinando el cordero, mi hermano cortando el turrón, los perros comiéndose las figuritas
del belén.... Cuando un anuncio es capaz de transmitir tantas cosas consigue un reto que
muchas películas no son capaces de realizar.
Lastima que el 22 de diciembre desaparecerá, pero hasta entonces podremos soñar
con él. Mientras tanto ¡Qué la suerte te acompañe! |